No había leído nada sobre Josef Kyselak (primer tercio del s. XIX) y desconocía quien era hasta hace poco en que, hojeando el libro de Claudio Magris El Danubio, que tengo en cartera para leer, me detuve en unos párrafos en que el autor habla de él. Por lo visto fue un viajero y caminante a quien le dio por escribir su nombre, parece que como afirmación de su identidad, que se diría hoy, a lo largo de las orillas del Danubio, en muros rocosos y en algunos sitios más, como columnas, por ejemplo.
Pero no fue el personaje lo que me llamó la atención en el capítulo en cuestión del libro (pág.141 de la edición de compactos Anagrama), sino las interesantísimas reflexiones que Magris hace. Copio algunos párrafos que, aunque algo extensos, me parece que merecen el esfuerzo de la lectura.
«En barco, sobre el Danubio, el funcionario del registro [era la profesión de Kyselak] se queja [en unos apuntes de viaje] de la trivialidad de los pasajeros, mozos, criadas, vendedores ambulantes, barqueros. Demuestra poseer la vulgaridad de esos turistas que desearían lugares incontaminados y creen que sólo los demás los contaminan. Kyselak se considera que es el único con sentimientos nobles, capaz de apreciar lo auténtico. Los demás son "semihombres", masa estúpida y fea, de la que él no sospecha que forma parte.
Kyselak es uno de esos menospreciadores de masas, numerosos también hoy, que, apretujados entre sí en el autobús atestado o en la autopista atascada, se consideran, cada uno de ellos, habitantes de sublimes soledades o de salones refinados y desprecian, cada uno de ellos, al vecino [...] o bien le guiñan el ojo, para darle a entender que, en aquella multitud, sólo ellos dos son almas elegidas e inteligentes, obligadas a compartir el espacio con el rebaño. Esta suficiencia de jefe de oficina, que proclama "Usted no sabe quién soy yo", es lo contrario de la auténtica autonomía de juicio, de ese orgullo que hay en Don Quijote cuando, desarzonado, murmura "Sé quién soy" [I, 5] y que nunca va acompañado por el fácil e indiferenciado desprecio por el prójimo.
La estandarizada altanería con respecto a la masa es un comportamiento típicamente masificado. Quien habla de la estupidez general tiene que saber que no es inmune a ella, porque hasta Homero desciende del Olimpo de vez en cuando; debe asumirla en sí mismo como riesgo y destino común de los hombres, consciente de ser algunas veces más inteligente y otras más tonto que su vecino de casa o del tranvía, porque el viento sopla hacia donde quiere y nadie puede estar nunca seguro de que [...] no le abandone el viento del espíritu».
Hasta aquí la larga cita.
P. S. Habría un grafitero (je je) mucho más antiguo, del que habla la Biblia, cuyo pasaje me ha venido a la memoria y he buscado en el libro de Daniel (5, 1-31), que relata la escritura por una mano misteriosa, en un muro del palacio de Baltasar, donde éste da un festín. La mano escribe: mené, mené, teqel, ufarsin. Sobrecogido e intrigado el rey por lo que aquello pudiera significar, manda llamar al profeta Daniel, quien interpreta la pintada como un anuncio de la muerte del rey y división de su reino.
«En barco, sobre el Danubio, el funcionario del registro [era la profesión de Kyselak] se queja [en unos apuntes de viaje] de la trivialidad de los pasajeros, mozos, criadas, vendedores ambulantes, barqueros. Demuestra poseer la vulgaridad de esos turistas que desearían lugares incontaminados y creen que sólo los demás los contaminan. Kyselak se considera que es el único con sentimientos nobles, capaz de apreciar lo auténtico. Los demás son "semihombres", masa estúpida y fea, de la que él no sospecha que forma parte.
Kyselak es uno de esos menospreciadores de masas, numerosos también hoy, que, apretujados entre sí en el autobús atestado o en la autopista atascada, se consideran, cada uno de ellos, habitantes de sublimes soledades o de salones refinados y desprecian, cada uno de ellos, al vecino [...] o bien le guiñan el ojo, para darle a entender que, en aquella multitud, sólo ellos dos son almas elegidas e inteligentes, obligadas a compartir el espacio con el rebaño. Esta suficiencia de jefe de oficina, que proclama "Usted no sabe quién soy yo", es lo contrario de la auténtica autonomía de juicio, de ese orgullo que hay en Don Quijote cuando, desarzonado, murmura "Sé quién soy" [I, 5] y que nunca va acompañado por el fácil e indiferenciado desprecio por el prójimo.
La estandarizada altanería con respecto a la masa es un comportamiento típicamente masificado. Quien habla de la estupidez general tiene que saber que no es inmune a ella, porque hasta Homero desciende del Olimpo de vez en cuando; debe asumirla en sí mismo como riesgo y destino común de los hombres, consciente de ser algunas veces más inteligente y otras más tonto que su vecino de casa o del tranvía, porque el viento sopla hacia donde quiere y nadie puede estar nunca seguro de que [...] no le abandone el viento del espíritu».
Hasta aquí la larga cita.
P. S. Habría un grafitero (je je) mucho más antiguo, del que habla la Biblia, cuyo pasaje me ha venido a la memoria y he buscado en el libro de Daniel (5, 1-31), que relata la escritura por una mano misteriosa, en un muro del palacio de Baltasar, donde éste da un festín. La mano escribe: mené, mené, teqel, ufarsin. Sobrecogido e intrigado el rey por lo que aquello pudiera significar, manda llamar al profeta Daniel, quien interpreta la pintada como un anuncio de la muerte del rey y división de su reino.
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