9/3/10

Un diálogo y una nota

(número VIII de la serie Diálogos)

    —A ver, Consejero [se debe de referir al de la Educación y Cultura], me vas a preparar una orden para, en esta Comunidad en la que asiento mis reales, declarar los cocederos de mariscos bien de interés cultural.
    —¡Presidenta!, ¿y eso?
    —Porque ayer le leí a un plumilla que las langostas sufren tanto o más en la cazuela que los toros en la plaza, y, como consecuencia, si se enteran de eso nuestros enemigos se les puede ocurrir plantear en nuestro Parlamento comunal que se cierren los cocederos...
    —Pero, Presidenta, con todos los respetos, eso no puede ser.
    —¿Qué es lo que no puede ser?
    —Que alguien tenga la ocurrencia de proponer que se prohiban los cocederos...
    —¿Ah no? ¿Y por qué no? Ten en cuenta, Consejero, que el enemigo acecha y con tal de jod... de perjudicar nuestras expectativas electorales, son capaces...
    —Pero no puede ser tal extravagancia, entre otras razones porque hay una diferencia a efectos del dolor entre toros y langostas. Los toros son vertebrados, con médula espinal, por tanto, y además...
    —¡¿Y además, qué?! ¡¿No estarás empezando a pensar como los socialistas?!
    —¡¡¡No, por Dios, Presidenta!!! Te iba a decir que, además, del cuece de las langostas no se hace un espectáculo como se hace de la muerte de los toros.
    —Venga, Consejero, no me salgas con tiquismiquis.
    —Lo que tú mandes. Pero permíteme añadir una última cosa: que hayas querido blindar los toros se puede entender, además de por tus sesudas y liberales razones culturales y artísticas que tan bien, tan estupendamente y...
    —Consejero...
    —Bien... que quieras blindar los toros, te decía, se puede entender también porque nosotros tenemos una plaza de toros, y los intereses...
    —¿Cómo? ¿Que tú tienes una plaza de toros?
    —Me refería a nosotros, a la Comunidad. Pero lo que no tenemos son cocederos de langostas...
    —¿Que no tenemos cocederos? Ya te estás poniendo manos a la obra para hacerme unos cuantos.
    —Sí, sí: como siempre lo que tú digas. Le pasaré la orden al Consejero de... ahora mismo no se a cuál le toca.
    —Pues adelante y, ya sabes, prepárame el decreto para la declaración de bien universal cultural y protección de las langostas.
    —Querrás decir, Fe...
    —¡No me llames Fe: ya estoy harta de que me acortéis el nombre!
    —Perdón, Federica: querrás decir, para la protección de los cocederos.
    —Pero es que es lo mismo.
    —En cierto modo, Presidenta, es justo lo contrario.
    —Bueno, no entiendo muy bien lo que dices: venga, ponte a trabajar.
    —Hasta luego, Presidenta. [¡Virgen Santa! ¡Qué trapío el de esta mujer! Ni el de las langostas... eeeh... de los toros: ya no sé ni lo que me digo].
Nota del transcriptor. Un recurso tan habitual como tramposo a la hora de contraargumentar es el de descalificar —pretendiéndolo o no— no el argumento sino al argumentador; no lo que éste dice sino a éste como persona.
       Es lo que ha ocurrido una vez más, ahora con ocasión del asunto de los taurófilos (o lidiófilos) y los taurófobos (o lidiófobos). En efecto, han echado en cara los primeros a los segundos el que estos mucho protestar por las corridas de toros y el sufrimiento que puedan causarle a esos animales, y no se meten en cambio —siguen diciendo los taurinos—, por ejemplo, con el que se inflige a las langostas en el cocedero. Se podrá acusar a quienes omiten defender también a las langostas y a los patos y a las merluzas y a todo bicho viviente, se les podrá acusar, digo, en el peor de los casos para los acusados, de incoherentes o inconsecuentes, pero eso, la incoherencia, no quita ni añade un ápice a la verdad o falsedad de lo que argumenten.
       Se podrían poner muchísimos más ejemplos de esa forma de razonar, pero, siguiendo con el caso de los toros, también se ha argumentado que los lidiófobos no protestan contra el aborto y sí lo hacen contra la muerte de los toros. Pues volvemos a las mismas: el no protestar contra el aborto no invalida el argumento contra las corridas, aunque a los abolicionistas de éstas se les pueda acusar etc. Eso, además, en el supuesto, que ya es suponer, de que quienes protestan contra una cosa no sean los mismos que protestan contra la otra, y ni unos ni otros tienen por qué dar explicaciones de cómo piensan en otras cuestiones distintas a las que se planteen.
       Y un tercer ejemplo, de hace unos años, para terminar. Cuando las manifestaciones contra el bombardeo y la invasión de Irak se acusó, incluso por parte de filosofantes de mucho copete, de que quizás aquellos no se manifestaban contra el terrorismo. ¡Vaya por Dios! ¿Cómo iban a tener razón en sus protestas contra lo de Irak quienes no condenaban (según ellos) el terrorismo? Imposible.
                  
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6/3/10

De la guillotina, los toros, la libertad y la cultura

Bien, en un diálogo que transcribí el 04/03/10 se quedaba un taurino-filosofante colgado de los cuernos de la luna, a dónde lo había enviado de una cornada su enemigo (que no 'adversario'). Y de entonces a ahora ¿qué ha habido? Pues, entre otras cosas, artículos de filosofantes-taurinos exponiendo sus sesudos argumentos a favor de que la "fiesta" continúe.
       Pero vayamos a los argumentos de los taurinos. Algunos de esos son tan idiotas que casi no merece la pena ni considerarlos. Como, por ejemplo —que con más o menos disimulo se ha expuesto—, el de descalificar a quien se opone a las corridas por el hecho de ser "nacionalista", que les llaman, como si la verdad o falsedad de lo que digan dependiera del "nacionalismo". Pero, en fin, como digo, el argumento es tan falaz que no merece más atención. ¿Y qué decir del argumento de la "tradición"?: es de los de agárrate a la brocha que me llevo la escalera.
       Entremos en el más consistente, aparentemente al menos, que no es otro que el de la "libertad": "a quien no le gusten los toros, que no vaya". Claro, claro, pero no se haga usted el tonto porque esa no es la cuestión: la cuestión es si en las corridas hay malos tratos al animal (algo que en sí mismo no sería suficiente para prohibirlas) y si esos malos tratos serían legítimos o no. Así es que el factor 'libertad' de asistencia del público, tan caro a algunos ilustrados y que lo manejan pretendiendo que es incontestable —¿nos toman por idiotas?—, no hace al caso. La guillotina, por cierto, se suprimió, como todo el mundo sabe, cuando su espectáculo se quedó sin público —¿a que sí?—, así es que ¿para qué prohibir nada?: cuando el público deje de asistir, se acaba el negocio.
       De la mano del argumento liberal suele venir el de la "cultura", que, como es un concepto con tan buena prensa, los taurófobos se creen en la obligación de rechazarlo, en el sentido de negar que los toros sean cultura, y yendo así a parar al terreno de los taurófilos, en vez de espetar: «muy bien, sea, son cultura ¿y qué? También a veces se habla de "cultura de la violencia" y se rechaza. Así es que ¿por qué habría que aceptar la cultura de los malos tratos al toro?».


P. S. El argumento de la "tradición" les ha costado a quienes contrargumentaban la condena de algunos tarugos —feministas incluidos que están a la que salta— según los cuales, los que rechazaban la tradición como razón suficientemente válida equiparaban la práctica bárbara de la ablación (que, por cierto, es una cultura en donde lo sea) con las corridas de toros. He dicho "tarugos", pero tampoco creo que lo sean tanto como lo parecen: más bien lo que han querido ver —los muy hipócritas— es una magnífica ocasión para escandalizarse.



POR ILUSTRACIÓN QUE NO QUEDE


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5/3/10

Harto de El País (V)

Algún problema debe de tener en Miguel Yuste con los comentarios que envío de vez en cuando a artículos o noticias del diario, porque no me los publica. Insisto y repito el comentario hasta que me canso, pero es igual: nada.
         Hoy me ha ocurrido con un comentario (cuatro veces lo he enviado) al artículo titulado No a las prohibiciones, firmado, a dúo (¿?), por Víctor Gómez Pin y Francis Wolff. Mi comentario era muy breve y decía:
         «Ayer era Savater diciendo bobadas en su artículo. Hoy, otros dos filósofos, que si la caza, que si la pesca, que si la carne. Ya son ganas de pretender justificar lo injustificable. El título del de hoy ('No a las prohibiciones') resulta chocante: ¿Qué pasa, que no hay que prohibir nada? ¡Ah, que se refiere a los toros!»

Devota de Frascuelo

¿Tu amor a los alamares
y a las sedas y a los oros,
y a la sangre de los toros
y al humo de los altares?


(A. Machado, en Campos de Castilla)

No me falla, siempre a la vanguardia, siempre puedo contar con ella, con la Presidente del virreinato madrileño, digo. No se si será devota de María, que ni falta que le hará a Ella, a María, quiero decir. Pero sí en cambio, seguro que es devota de Frascuelo, y se ha descolgado con declarar las corridas de toros bien de interés cultural. (La cosa esta de los "bienes culturales" —con el tufillo a patrimonio, ¿patrimonio nacional?— ya en sí misma se las trae).
       No se sabe, o yo no se ni me he molestado en averiguar, por qué le ha dado por ahí, pero viendo cómo se las gasta la señora no creo que sea por nada ajeno al hecho de que en otro estatículo, gobernado por adversarios políticos —¿enemigos?—, quieren prohibir la "fiesta", pero sobre todo porque, proba-blemente, ha hecho un cálculo electoral y turístico y ha visto un caladero seguro de votos y turistas.
       De todas formas hay que reconocer que es mejor lo de "bien cultural" que lo de "fiesta nacional"... bueno, no se.

P. S. A propósito de toros y patrimonios nacionales. ¿Alguien recuerda cuando un ministro felón quiso retirar hace unos años de las carreteras el toro del anuncio de un coñac? ¡La que montaron los patriotas! ¡Vamos, ni con Gibraltarspañol han llegado nunca a semejantes cotas de patriotismo!

4/3/10

En los cuernos de la luna

(número VII de la serie Diálogos)

(Diálogo —breve, interrumpido accidentalmente— entre toro y torero)

Animal (entiéndase 'toro'). ¡Muuuu!

Torero. No te quejes, toro, de tu suerte que para eso te has pegado la gran vida en la dehesa.

A. Vamos a ver, capullo, ¿justificarías tu el circo de gladiadores por la vida que llevaban, cuidados al máximo por sus guardianes?

T. En todo caso, tu sacrificio no será en vano: servirá para conservar la especie: si no fuera por eso ya habría desaparecido y tú ni siquiera habrías nacido.

A. Lo de la "especie" ¡¡¡me la bufa!!!, y nunca mejor dicho, —intelectual leído y escribido como pareces para hacer tanta filosofía sobre mi muerte— y tiene un cierto tufillo fascistoide. ¿¡Y a mí qué me importa, leidillo, si quien voy a morir soy yo!? Además, la situación a la que aludes es absurda: si 'yo' no hubiera nacido, no sería yo.

T. Pero es que los que quieren...

A. Que nada, hombre, que ya se me están hinchando las pelotas... Te voy a dar yo una especie de cornada...

T. ¡¡¡No, quieto, nooo...!!!

A. ¡Jua jua jua!... digo... ¡muuuu!

                  
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1/3/10

De dioses y víctimas

Las hostias son víctimas ofrecidas a Dios en sacrificio (diccionario). ¿No son acaso 'Automóvil' o 'Progreso', entre otros, nuevos dioses? ¿Son, pues, las víctimas de la carretera las hostias ofrecidas al dios Automóvil, al dios Progreso? ¿Son víctimas expiatorias que estos dioses modernos reclaman?
       Es más: ¿Hay dioses sin víctimas? ¿Qué actitud adoptar ante los dioses demandantes de sacrificios (¿redundancia?)? ¿No sería lo más digno —lo "más elevado para el espíritu", dicho a lo Hamlet—, como el otro, el "non serviam"?
       Hay un episodio bíblico, desconcertante, al menos a mí me lo parece, a propósito de lo anterior. Me refiero a aquel en en que Abraham, cumpliendo órdenes de Dios, se dispone a sacrificar a su hijo Isaac, para, momentos antes de ejecutar el mandato, Dios, por medio de la voz de un ángel, detener a Abraham, ordenándole lo contrario: que no mate a su hijo. (Gén, 22, 1-12).
       Ya se que el mandato divino, según el propio texto dice, es para probar a Abraham en su obediencia, pero ¿qué necesidad tenía Yavé, el Omnisapiente, de probar lo que no podía sino saber? Pero hay que tener en cuenta que, precisamente, el autor de los libros sagrados está inspirado por Dios; podríamos decir: es Dios quien mueve la mano del autor, con lo que bien podría ocurrir que lo hiciera en Su interés.
       Si esto fuera así, cabría otra interpretación del episodio: sería una estratagema de Dios para engañar(nos) haciéndonos creer que Él no reclama sacrificios humanos. Porque, ¿hubo, quizás, una conversación entre Dios y Abraham anterior a la orden del sacrificio —el libro no nos dice nada— en la que Abraham Le reprochara la identidad que había entre Él y los demás dioses de la época, quienes reclamaban holocaustos humanos? Y para eso, para mostrarle que Él no era como los demás, le impide el sacrificio.
       Y, sin embargo, quizás otra cosa no, pero si la historia humana se distingue por algo es por el chorreo de sangre y vidas, en nombre de diferentes advocaciones de Dios: la Patria, por ejemplo. O el Dinero, dios dominante actual.