20/11/09

Diálogo

[IV]

  —(Pero, ¿qué hará el Pipo tan temprano a las puertas del dispensario? A ver si puedo seguir sin que me aperciba, que, como se dedica al dolce far niente, enseguida pega la hebra).
  —¡Chiissss…! ¡Mary Rosas!... Perdona las maneras, pero te escapabas. ¿A dónde vas tan expresa? Pero, ¿qué digo? A trabajar, seguro: ¿a que sí?
  —Pues claro. No todos vamos a hacer como tú, o a no-hacer, mejor dicho, a vivir de subvenciones del gobierno o de las rentas.
  —Oye, para una oportunidad que aprovecho de sacarle el jugo al estado… y, no te creas, que mi trabajo me cuesta. Y, además, yo soy una prueba de que no hace falta trabajar tanto, sobre todo ahora con los adelantos que hay: tú, que eres tan leída y hasta escribida, ¿no leíste, en la escuela, a donde os veía acudir a mi hermana Rosa Mary y a ti, en vuestros años de esplendor, que estabais para…?
  —¡Pipoo…!
  —¿… no leíste en la Biblia que el trabajo es una maldición?
  —¡Buah!, con las antiguallas que me sales. Al contrario, ahora es cuando hace falta trabajar más, con la cantidad de paro que hay, y porque esos "adelantos", como tú dices, habrá que mantenerlos y cambiarlos por obsoletos cada dos por tres. Y, también, hay que sacar adelante a España…
  —Pues no diquelo: en habiendo tanto paro, lo lógico sería trabajar todos menos para que hubiera para todos.
  —Pero entonces, el sistema…
  —¡Ondia, Rosas! ¿No te habrás empleada de economista al servicio de la Causa?
  —No se de qué causa me hablas, chaval. Y no se dice 'empleada' sino 'empleado'. Pero siii, me he empleado, y ¿qué pasa? ¿algún problema con eso? Cada uno trabaja en lo que puede, ¿no? Pero bien, a lo que iba: ¿se puede saber qué haces por aquí, a horas tan intempestivas para tí, que no son ni las ocho?
  —Vaya, sarcasmos, ¿eh, Rositas? Que si no fuera por lo buena que te conservas…
  —¡Eh, para y al grano! No intentes camelarme. ¿Me explicas o no?
  —Bien, te explico: estoy esperando a ver si abren y me meten un chute…
  —¡¡¡¿Pero no lo habías dejado?!!!
   —¡Malpensada! Me refería a un chute… de virus, a la vacuna. ¿O es que no has oído que hay que…?
   —¡Ajá! Que te han convencido; a tus pocos años, y bohemio como presumes ser. Te han metido el yuyu en el cuerpo. Pero, tú, en todo caso, ¿perteneces a algún grupo de riesgo?
  —Ni de riesgo ni de nada, pero es que hay que prevenir.
  —Ya veo, ya. ¡Quién te ha visto y quién te ve! Porque el que a tu edad andes ya previniendo la gripe me recuerda a mi abuela que es más vieja que el Matusalén, y sabido es que cuanto más viejos, más cerca sentimos el aliento de la pelona.
  —¡Desprevenida que eres! O te lo aparentas.
  —Es lo mismo.
  —¿Tú nunca te has vacunado?
   —Una vez, contra la gripe, cuando los expertos no se dedicaban a ponerle sobrenombres alfabéticos, y agarré un trancazo de mil pares.
  —Bien, sigue con tus descuidos, Rosy: en otras cosas supongo que serás más precavida ¿no?
  —No empieces otra vez, Pipo. Anda, que creo que ya viene a abrir el sanitario. Consérvate sano.
   —Y tú buena.
                  
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