15/2/12

Teleaguirre, esa basura

Mientras espero anoche el comienzo de otro programa en otra cadena veo Teleaguirre, ese prodigio de objetividad. Se trata de un debate, uno de tantos de los miles actuales sobre la reforma laboral o séase sobre, sumariamente hablando, el abaratamiento del despido.
              Creo que había ocho participantes, alguno de los cuales suelta perlas como comparar el despido con un derecho al igual que el del aborto y el del divorcio. ¿En qué sentido lo compara el parla, que, creo recordar, era catedrático de algo? En el de que así como a nadie se le obliga a abortar ni a divorciarse, así tampoco se obliga a nadie a despedir. No hay protestas ni lanzamiento de objetos a la cabeza por parte de ninguno de los asistentes ante la falacia.
              Sale otro —en representación de los emprendedores— diciendo que los empresarios lo que quieren es contratar. ¡Falso de toda falsedad! Los empresarios lo que quieren es obtener beneficios, ese es su propósito, su razón de ser, su codicia sin límites, y si para conseguirlo tienen que contratar lo harán, y si tienen que despedir también lo harán. Es la única ley, la de la maximización de beneficios, que, como ideal, estarían dispuestos a acatar. Si mañana la legislación laboral se volviera aún más en contra del trabajador y permitiera contratar a éste por un plato de comida, los empresarios lo intentarían. Pero, tampoco en este caso hubo protestas de ningún otro de los asistentes.
              Alguno de ellos había ya soltado que la legislación actual era una herencia franquista, en el sentido de que el dictador sobreprotegía al productor, que se decía en la jerga del régimen. Pues parece ser que en esas estábamos hasta que ha llegado Rajoy y ha decidido librarnos de semejantes ataduras. En lo de la ley franquista también aparece en un momento del programa la ínclita presidente madrileña que abunda en la opinión. Tampoco hubo protestas.
              Las únicas protestas que hubo, al menos mientras estuve viendo la bazofia televisiva, fue cuando Leguina, el ex madrileño, que participaba, creo que en calidad de perejil de todas las salsas, mostró su escándalo por sueldos como el del presidente de la Timofónica, que, aseguró, era de unos ocho millones anuales. Aquí sí que se oyeron las protestas. La encargada de hacerlas fue una periodista, una tal Churri Venezuela, a quien se la oyó: "Es una empresa privada. Es una empresa privada".

P. S. También tuvieron a bien conectar, en directo que le dicen, con el despacho de unos emprendedores —de esos que dice Rajoy— que habían hace poco emprendido y montado una empresa. Mientras uno, en pie, hablaba a la cámara, se veía a cuatro o cinco más atentos a sendas pantallas de ordenador, haciendo como que hacían algo. Y que era un montaje me pareció evidente desde el momento en que la conexión se produjo sobre las 22,30: no hay dios que se crea que a esas horas estuvieran trabajando por muy emprendedores que fueran. Nadie, por cierto, preguntó al emprendedor-portavoz cuántos trabajadores pensaba contratar.

1/2/12

Desvarío de altura

La navegación aérea adoptó de la marítima,
aparte del término mismo de 'navegación', otros como 'aeronáutica', 'embarcar', 'pilotar', 'ruta' ('derrota') y, muy probablemente, algunos más que me olvido. Sin embargo, para designar lo que un avión hace, es decir, moverse (andar o correr) en el aire mediante la propulsión de motores, no adoptó el término 'navegar' sino el de 'volar', cuando un avión, propiamente no vuela, como tampoco se podría decir, en rigor, que un barco nade. A qué se debe la adopción de 'volar' desde el principio de la aviación es algo que me imagino como la confusión entre el deseo del Hombre de volar y la realidad, que no es sino un híbrido entre 'volar' y 'correr'. En efecto, creo que hay en ese deseo una intención no de desconocer o ignorar la 'ley de la gravedad', algo imposible, por otra parte, para la racionalidad humana, sino de superarla, superación que, precisamente como tal, implica el reconocimiento y cumplimiento de la ley. Que los pájaros, u otros animales voladores, no es que "superen" la gravedad sino que, sencillamente, la ignoran, me parece claro. Hay además otra diferencia entre el *volar de los aviones y el volar de los pájaros: aquellos *vuelan por efecto de la velocidad y estos por el batir de las alas, que no imprime, necesariamente, velocidad al vuelo.
Bien, pues como, por un lado, los aviadores y compañías voladoras no admiten 'navegar' para lo que creen que hacen los aviones y, por otro, el término 'volar', aplicado a un avión, esconde una acción híbrida, nada mejor que inventar también, a falta de otro vocablo que quizás a algún lingüista se le pueda ocurrir, un término híbrido como podría ser 'vorrer' o 'colar' (vo[lar] + [co]rrer) o 'colar' (co[rrer] + [vo]lar). Las entradas en el diccionario podrían quedar así:

vorrer. Intr. Acepción única. Correr por el aire, generalmente un avión, mediante la propulsión de motores. colar3. Intr. Acepción única. V. vorrer.

El segundo, como se ve, con grupo nuevo en el diccionaro, por ser de diferente etimología a los dos 'colar' que hay ahora. En cuanto al primero, resultaría malsonante, pero los términos malsonantes abundan en el habla común, especialmente entre locutores y políticos, y se aceptan sin mayor escándalo. (Se me ocurren así, sin pararme mucho a pensar: 'explosionar', 'baloncesto' —¡cuánto mejor 'basket'!—, 'concienciar'...). Pero aún les ofrezco otro neologismo a los susceptibles voladores, sin recurrir al híbrido: 'aviogar'.

P. S. Si se dice "hay un tren a tal hora", o un autobús, o un barco, se puede decir "hay un avión... ", en vez de "un vuelo".

Otro P. S. Lo de 'pilotar', por cierto, se aplica también a la conducción de coches, y no sé si a la de motos, en esa aberración que son las carreras, con la intención, evidentemente, de distinguirse quien así maneja de un vulgar conductor. Ni se le ocurra a usted durante un *vuelo referirse al piloto, ante un miembro de la tripulación, como "el conductor": le podría costar un disgusto.